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FABRICIO PARDO CERVERA

 

La luz en el interrogante.

El mar alimentándose de gaviotas.

El toro hambriento.

El poema.

Las alfombras respiran el mundo.

El halcón proclama en su vuelo

la sólida noche que invade su cintura.

En su pico hay hombres construyendo iglesias,

cementerios sin huesos,

sólo párpados,

tumbas repletas de labios.

Hay excavadoras en el sol.

Un cura maldice su fortuna

y encuentra a su dios en una página de periódico,

(de ésas que tapizan el suelo recién fregado del baño).

Las cejas son ardillas incineradas en fosas comunes,

a las afueras de las ciudades,

o de las selvas,

o de la absoluta oscuridad:

los ojos son ese lugar donde cada uno habita.

Allí donde el suelo recoja sus cenizas

bajaremos por la sima de la luz fosforescente.

Nos arrancaremos el nombre a besos.

Cada movimiento será una celebración.

La vida se arrojará libre por nuestra boca.

Como el león guillotinado.

La víspera de su muerte se peinó la melena.

Sus dientes estaban secos.

En la luna llovía.

El otoño sé ocultaba en sus garras.

La noche colgaba de tus pupilas.

Se oían ríos sin agua.

El lucero murió ciego.

La serpiente trajo el viento al rostro de la tierra.

La serpiente devoradora de caballos.

El gato inventa un dios con forma de oruga.

La hormiga custodia un tesoro.

El agujero es como la vida de la mariposa.

El túnel averigua sus contornos con sus manos de aire.

Mis manos se cierran en la arena

y el tiempo se proclama en tus perfiles.

En el llanto del jaguar habita la primera flor.


NOCHE

En la noche la tierra relaja los párpados
que un sol tiránico apretase durante el día,
furioso látigo que muerde su piel
con los perfiles de unas sombras
donde su luz primera se marchita,
enorme mano que ciega su rostro
con el engaño de un azul
donde jamás descubre el infinito sus lágrimas.

Pero en la noche se olvida la violencia de su yugo.
Mueren con é1 forzadas vestiduras,
piedras calcinadas, colores mentidos,
y el mundo vuelve a ser una sola pupila consciente,
un húmedo lecho donde el sonido se arrastra.

En la noche se aplaca el rumor fingido
de la tierra pugnando por huir
en forma de montaña.
Se pliegan las crestas hacia el centro,
se cierran las heridas de los valles,
se recogen los árboles hacia la verdad de sus raíces
hiriendo al aire con la oscura ausencia de sus cuerpos.

En la noche la tierra desnuda su oído.
Brilla en los caminos su piel blanquísima
con una luz que apunta hacia la luna,
ojo intruso que anhela descubrir
la mentira de unos pétalos que la noche entierra.

Bajo su gélida mirada
se tornan labio las arenas,
leve oscuridad el aire,
duro metal el río donde la vida no fluye,
donde la luz se arroja y resbala descubriendo
la caricia de las últimas orillas
juntándose en un beso.

En la noche la tierra existe en un abrazo,
único ser de roca inviolada
a solas ya tras los delirios del día,
muda quietud donde el lejano recuerdo
vuelve a contemplar el rostro de su esencia.