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AÍDA ACOSTA




Ilustración: Alejandro Santos

 

Quizás he de contarte hoy oscuridad
que sólo los llantos de los gatos
te acompañan en una noche triste
pero el frescor de las estrellas
ilumina tu frente desierta
y tus ojos siempre dormidos
hoy se entreabren,
no para ver los pies iluminados
ni los destellos de focos estériles,
sino para mirar mi rostro
colgado de una cuerda.
Contempla esa negrura que se
esparce en mi cara,
no hay ojos abiertos, no hay
cejas, ni pestañas;
mis labios están cosidos
con besos secos de tus manos,
pero sigue acariciándome
porque ya nada encontrarás
más que este rostro despojado
de sus alas.
Quizás no debiera contarte nada
pues si me has mirado
es porque robaste
mis pupilas cuando estaban
nadando en el cuenco de mis manos.
Ahora me acaricias, pero
también esas manos son las mías.
Hoy oscuridad tienes nombre,
mi nombre encauzado en tus venas.
Hoy yo soy tú,
y tú sin saberlo.

CANCIÓN DE LAS OCHO

Esta leve oscuridad
que marchita los pétalos de madera en mi habitación
tiene unas largas piernas,
desiertos de arena gris visten sus pies
que lloran uñas de bocas ciegas.
No son las ocho y tampoco las tejas
con sus reflejos me hablan.
Me gritan sus piernas,
lloran fuerte, más, más fuerte,
y palpitan sus venas, solitarias chimeneas.
Vuela y no son las ocho
de mi vida contigo.
Qué los fríos rayos nos cosan ombligo a ombligo
donde la sal invocada
se bese con luz azul
y allí violetas los nidos donde la distancia
se come sin dientes el aire podrido.
No son las ocho,
esta leve oscuridad ya no es leve
y sus piernas se doblan
para que el hollín le cubra los ojos.
A este lado del relámpago
la cueva de mis manos reconoce el vacío
y escupe soledad por los tejados sin palomas.
Al otro lado tu boca quiere comerse el reloj,
ya son las ocho y sigue volando,
no hablan las tejas, las espinas de la horas
se clavan en la garganta.
Ayer eran las cuatro y hoy fueron las ocho
de mi vida contigo sin ti,
Ya se ha ido media oscuridad
caminando con sus piernas tristes de mar
y no estamos juntos en el ático.
Sólo quedan pequeñas uñas
que los niños pisotean
con sus botas de goma.