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SONIA BETANCORT

 

El mar, sabes, el mar...
Un silencio mortecino
que me apaga la piel
porque está lejos
el lánguido paseo de sus charcos,
sus piedras, sus muros sin ladrillo,
su espuma su marea.
Tengo ganas de besarle las rodillas
(Te hablo a ti, porque si le hablara a él,
la tarde me sonaría a despedida;
el sol vendría,
última agonía de nube rota,
a posarse sobre su jardín de espanto,
y me dolería que algún día si muerte...
el sueño, su pasado,
el roce milenario de la rosa azul
que duerme en el pico de la gaviota,
en la sombra de la concha y su náusea de marea,
en mi huella de niña confusa.)
Soy una niña.
He vuelto a ser solitaria,
niña más solitaria que el viento...
El mar, sabes, el mar.
Incurable de sal y de memoria,
removida nostalgia de delfín,
paraguas de la tierra...
Y ay de los hombres que no conocen su delirio.
Beso del pez
en la penumbra de su reguero uniforme.
Aleta al imposible.
Carcajada de piedra y arena
como removiendo lenguas sin risa.
Una inquietud de unicornio
como reflejando espejos,
como de nombres perdidos.
Última mano de los brazos
de un cuerpo que por no caber en ningún sitio
se abandona a un abrazo sin motivo.
La tierra es su amante de esparto.
Vida que conoce, que sabe,
que conoce...
El mar, ya sabes, el mar...
Melancolía eternizada...
Arco de flechas turquesas y doradas
como propagando capitanes sin lecho.
No hay trenes, no hay fantasmas.
Un demonio que se ama,
continua lucha de una barca y una ola,
y se ama; y la belleza...
Nudo de tirabuzones
de blancos barcos sin puerto;
estruendo
remolino
desamparo,
casi salva su ternura de la muerte.
El mar, ya sabes, el mar.
De naranja sin aliento,
de gotas derramadas
reflejando ojos, y árboles,
y estatuas de mujeres sin tormenta.
Hijos del verde. Azul de fondo y de silencio.
Un pie gigante verde como un alga encendida.
Ceniceros de vidas sin cuerpo.
Aguacero que dura.
Instante en el que el paisaje me mira.
Y la tristeza de saberse para siempre
tan sin medida como un naufragio.
Todos los hombres se arrodillan.
Mar.
El mar; ahora el mar, sabes, el mar...
Este poema
no tiene sitio,
no tiene final,
no alcanza un verso...
El mar, sabes, el mar...


La Palma, 1998

SI LA APRENDIERA DEJARÍA DE ESCUCHARLO

La era está pariendo un corazón,
de una canción de SILVIO RODRÍGUEZ

"La era está pariendo un corazón",
suena minúscula canción
de almas rotas y lejanas.
El mar tiene una historia que contarme.
Por vivir, el mar tiene una historia que contarme.
"Aquí todos los hombres
están inclinados a la melancolía", me dice.
Esto habría llevado mi vida entera
si nunca me hubiera marchado.
Si nunca me hubiera atraído
la nostalgia de la lejanía.
El estupor de un abandono a medias.
La inmensidad de un mundo
pequeño, dorado-gris, indeciso...
Algún día me convertiré
en una nube de fieles golondrinas,
seré como los hombres
que me den mil formas,
andaré eterna entre el mar y el cielo.
Unas veces imitaré el sonido
de un puño gigante en la hierba;
otras, seré suave
como los algodones en verano;
enamorada del viento y de la nieve,
de un horizonte que no veré
porque habitaré en lo alto
en lo alto...
Despierto, porque esto
es la ensoñación de un cuento.
Las nubes son lágrimas
que aún no se han tenido.
Sentimientos que se secaron
y que ahora los niños
añoran viven sueñan,
cuando no han amado todavía... Pero
si los niños están amando siempre...
Por eso cuando tienen que marcharse
lo que les hace llorar es el cansancio;
no reconocen la belleza del paisaje descubierto
si no lo besan, si no lo sienten,
si no juegan a inventar una historia
de huellas encendidas.
Hoy revolotea Peter Pan
en la penumbra de mis pestañas absurdas.
Ojalá yo fuera una niña de trenzas azules,
de tristezas realmente fuertes,
tan fuertes que no hubiera tristezas.
Dolor, ínfima forma de encontrarme
conscientemente con la vida...
El mar tiene una historia que contarme.
Y siempre me dice lo mismo.
Un algo perfecto que sube del fondo de las cosas.
Un centro,
una ciudad
y un muchacho
y un niño grande
y un regreso;
que siempre hay un regreso,
y en el regreso,
algo que siempre nos espera.
Besar por un momento esta conciencia
es abarcar un sentimiento limpio.
Es entender lo efímero
de este segundo en el que escribo.
El mar es testigo de un testimonio,
de una muerte profunda,
de un milenario silencio de angostas pasiones,
por qué si no iban a ser vírgenes
las playas que él penetró con tanta amargura..
Hondura. Azul. Huella perpetua.
Frontera de sueño y de tristeza.
Yo sé que el mar tiene una historia que contarme.
Tú vas a partirme el corazón.
Yo la historia no la aprendo nunca.
El mar. Y me alegro,
si la aprendiera
dejaría de escucharlo.

La Palma, 1998