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MARUSA MARTÍN

 

EL CÍRCULO DE CRONOS

Todo lo que tengo que hacer es evocar el pasado. Cada momento. Cada gesto. Es todo lo que tengo que hacer para saber que no estoy muerta.
Te miro y no siento dolor. Ni siquiera resignación. Ni la más mínima necesidad de llorar. Solamente te miro y te veo como si no te conociera, como si nunca hubieras formado parte de mi vida.
Tengo que evocar el pasado. Invocarlo como a un dios que me conceda algún sentimiento, o estoy muerta. Tengo que sentir algo por todo lo que me hiciste sentir, o la vida será una farsa. Nada más una ilusión que desaparece en las fauces del tiempo. El tiempo que da es el tiempo que quita. Y yo necesito un sentimiento para romper el circulo de Cronos.
Supongo que me amaste. Quiero saber que fue así. Porque aún amo el recuerdo de lo que fuimos. El recuerdo es lo único que sobrevive al tiempo. El único motivo para no dejarse morir en él. He de luchar con mis recuerdos o nada de lo que soy tendrá sentido. Necesito tener un sentido. Y sé que sólo me quedan mis recuerdos para encontrarlo.
Tú nunca quisiste nada serio. Nos conocimos y nos enamoramos. No fue algo fuera de lo corriente. O, mejor dicho, conseguiste que me enamorara de ti. Apenas te costó un par de palabras. Una de esas sonrisas tan tuyas. Lo sé. Pero no lo hice yo. Tuviste que molestarte en conseguirlo. Supongo que eso te hace más culpable.
Aunque me hiciste feliz. Ahora veo que nunca fui verdaderamente importante para ti. Me quisiste, sí. A tu manera. Sin palabras serias ni compromisos de por medio. Pero a veces me necesitaste. Y a veces me quisiste. No tuvo nada que ver con lo que yo sentí. Porque yo lo sentí todo. Pero aun así me hiciste feliz. Puede que simplemente me conformara con tus migajas. Pero ¿recuerdas? Hubo momentos casi divinos; momentos que no he vuelto a repetir...
Fui casi feliz y llegó el final. Tampoco fue algo que se saliera de lo corriente. Sin discusiones. Sin nada que hiciera estallar la situación. Ni siquiera hubo palabras. Sólo quedé yo. Con tanto miedo de perderte y sin poder hacer nada para evitarlo. Y tú. Cada vez más lejos. Como si entre nosotros hubiera surgido qué sé yo qué muro de silencios y de distancia. Tanta distancia que mi mirada de desesperación e impotencia no lograba traspasarla. Sólo la distancia. La maldita distancia. Y a un lado yo, invisible. Y al otro tú, inalcanzable.
No tuviste que decir nada. Nunca tuvimos nada serio. Y yo preferí no preguntar. Me limité a desaparecer de nuestros lugares como había desaparecido de tu corazón: sin que me echaras de menos. Te hubiera sido tan fácil encontrarme... Sabía que no me irías a buscar. Como supe que, aparte de algún remordimiento pasajero, tu único sentimiento en aquel momento fue de liberación. Creo que eso fue lo que más me dolió: tu sentimiento de liberación.
Y yo, sintiéndome morir. Y despreciándome. Y odiándome. Y sintiéndome lo peor que uno se puede sentir: poco. Sólo porque a veces había parecido que me amabas y eso me hizo pensar que podía haberlo conseguido. Tenía que haberlo conseguido. Y tú ya no estabas.
En ese momento de soledad uno se analiza sin misericordia. Se pregunta qué fue lo que hizo mal y un montón de reproches se acumulan en la mente. Recuerdas aquella palabra dicha fuera de lugar. El chiste que tú no cogiste y que a todos les hizo tanta gracia. Y conviertes en errores imperdonables lo que no son más que pequeñas cosas. Porque uno no puede ser siempre perfecto. Pero cuando el abandono te hace sentir tan miserable y buscas una razón a lo que no la tiene el culpable eres tú. Irremediablemente.
Fue la única vez que he amado de verdad. Hubo otros hombres que podían haber sido. Lo cierto es que nunca fueron más que un tal vez. Y cuando me quise dar cuenta estaba en esa edad en que si una mujer está sola empieza a sentirse mayor. Demasiado mayor para romper la soledad. Se te ha pasado la edad. Te estás volviendo una solterona. Te empiezas a sentir vieja y sola. Demasiado vieja. Demasiado sola. Y con la pesadilla de verte a ti misma mucho más vieja y mucho más sola. Nada va a cambiar en tu vida. Al final te encontrará la muerte hecha una solterona romanticona y ridícula, de las que alimentan sus sueños con novelas rosas mientras siguen esperando al príncipe azul que nunca llega.
¡Buen momento para que aparecieras tú! Con tu encanto. Tu media sonrisa. Tus silencios tan prometedores. Y yo en plena crisis de miedo a la soledad. Hubiera sido imposible no amarte como te amé. Ya ni siquiera te guardo rencor. Sigo hablando contigo en silencio. Son demasiados años para cambiar en un día. Pero ya no te guardo rencor. A veces te odié. Muchas menos de las que me odié a mí, pero te odié. Supongo que cuando te perdí el rencor fue cuando dejé de amarte. Definitivamente. Desde ese momento he seguido amando con toda mi alma. Pensaba que a ti. Pero sólo he estado amando tu recuerdo. Después ni siquiera más que al sueño en que te convertí. El sueño del amor. El amor profundo y devastador que uno necesita para vivir. Una vez fuiste tú. Después te desterró el tiempo. Fue Cronos quien logró vencer, no yo. Yo te hubiera seguido amando. Pero tú te fuiste y el tiempo se quedó. Fue Cronos quien te venció.
He seguido hablándote desde entonces. Hablar contigo en el pensamiento hacía que pareciera que estabas aquí. Ahora ya no eres nada. Supongo que sigo hablándote por la costumbre de hacerlo. La fuerza de la costumbre o la fuerza del corazón. Y al final vence cualquier fuerza menos la de la razón.
Aún me queda nuestro hijo. Mi hijo. Me imagino tu cara si llegaras a saberlo. Ironías del destino. Yo te lo dí todo, pero me quedé con más. Con parte de ti. Tu alma. Tu vida. Me quedé contigo dentro de mí. Te he seguido amando mientras te veía crecer. Porque en él siempre te he visto a ti. No era tu hijo. Eras tú. Extrañamente desdoblado, como una parte de mi yo a quien hablar y a la vez creciendo cada día. Con mi sangre y mis genes. Hecho de mí. Tú, donde quiera que estés, estás aquí y hecho de mí. Y ni siquiera puedes saberlo.
Qué extraño se me ha hecho verte. Ha sido la primera vez desde entonces. Lo había imaginado tantas veces... Al principio. Con miedo. Ante todo no te quería suplicar. Y a veces es casi imposible no ser débil. Después dejé de pensarlo. Estabas aquí. Y al cabo de casi diez años te he vuelto a ver. Ni siquiera me he dado cuenta de si has envejecido. Ni de qué hemos hablado. No he hecho más que mirarte y mirarte, forzándome a algún sentimiento. No eras tú. No has podido ser tú. Todos estos años has llenado ni vida. Has estado aquí. En mí y en mi hijo. Ahora que te he visto frente a frente eres un completo extraño. Lo sé. No te he amado a ti. He amado tu recuerdo. Ni has crecido tú. Sólo nuestro hijo. Mi hijo. Lo he tenido yo y lo he criado yo. No tiene nada de ti. Todo este tiempo no has existido. Pero al menos entonces sí. Y te amé. Y he seguido amando aquellos días. Hoy te he tenido frente a frente. Incluso hemos cruzado unas palabras. Me pregunto dónde han quedado todos mis sentimientos. Nunca he sentido tanto como entonces. Y no he sentido nada. Ni odio. Ni dolor. Ni nada.
Nosotros ya no existimos. Existes tú y existo yo. Sin ningún punto común. No somos nuestro hijo. Ahora queda él. Sólo él. Viviendo su tiempo. Tú y yo ya no estamos. Nuestro tiempo se perdió. Por más que tu siga hablando y te vea en él. El tiempo que da es el tiempo que quita. Y nosotros ya no existimos. Sólo él. Con su tiempo. Tú y yo hace demasiado que desaparecimos en el tiempo. Hace demasiado que desaparecimos en el círculo de Cronos.