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ESTHER SÁNCHEZ HERNÁNDEZ




Ilustración: Alejandro Santos

 

QUIÉN DIJO VIDA PERRA

-Doctor, creo que me estoy muriendo.
- Por favor, especifíqueme los síntomas.
-Verá... envidio a mi perro
-Uhmm prosiga.
-Es que al menos él tiene un momento especifico para ir al baño.
-Comprendo.
-Verá, doctor, es que yo nunca puedo. A veces saco el perro a pasear y siento que quiero mear con él, como dos colegas, cuerpo con cuerpo, como si estuviésemos haciendo las chiquilladas que ya no tengo edad de hacer. Como cuando meábamos juntos todos los chavales del pueblo en una misma tapia... y, bueno, eso era como renacer... ¿Usted me entiende, Doctor?
-Sí, yo le entiendo.
-El otro día me asusté un poco porque casi lo hice, mear, digo. Normalmente uno opone resistencia ética, o moral, o de algún tipo... pero no, me pareció bien. Incluso miré al perro con cierto respeto como si fuese Roque. Mi amigo Roque. Y, oiga, no me había fijado nunca pero mira que se parece el chucho a Roque. Me le quedé mirando... y me dije: mira el perro, tanto tiempo con uno y ahora descubro que es Roque. Arruga el hocico lo mismito y... bueno, como le decía, mientras pensaba esto vi que al menos no soy el único desesperado de la tierra. Vi a dos chicas sacando las piernas por la ventana. Suena bien, a que sí. Pues es verdad, había dos chicas que debían estar hartas del espacio que separaba su ventana del edificio de enfrente, y por variar la distancia, digo yo, sacaban las piernas. Mire, y no me pregunte si las piernas eran bonitas o feas porque no estaba yo para esos menesteres, yo sólo quería mear con mi perro. Una de las chicas eran unos calcetines rosas y un trozo de algo, creo que vaquero. Verá, es que bajé sin gafas porque el perro ya conoce el camino, y yo sólo tengo que seguirle a una distancia prudente, buscando siempre el equilibrio entre mi miopía galopante y la intimidad de Roque. (Roque, en tu honor le he cambiado el nombre a este can que es tan vago como tú y no sé a qué santo le puso mi hijo, en vez de Roque, Intrépido. Roque le va mejor, te lo digo yo que le sigo los andares por la acera para no perderme). Estoy para vender cupones. Seguro que es cáncer. Lo ve, doctor, me estoy muriendo... No. Eh... ¿por dónde iba?, las chicas, si... bueno, también podían, si las hubiese mirado de cerca, ser perros, perritos con voz chillona, o simplemente perros que como tú, Roque, alguna vez dejaron de serlo. Se reían. De sexo femenino sí eran, lo se porque oír sí oigo, no estoy aún tan viejo. Seguro que eran bonitas, porque era una risa joven y desenfadada. No sé si se reían de mí o del perro. Olisqueaba, buscaba un sitio, otro, le dedicaba tiempo. Más que una meada lo suyo perecía una obra de artesanía, y por primera vez en la vida sentí una curiosidad profunda por los menesteres preurinarios de mi perro. Le seguí a cierta distancia imitando sus movimientos. Bajé el hocico, subí el anca, y, como él, aborté el intento. Dimos un largo paseo. A mí me pareció largo porque yo lo de mear no me lo tomo nunca tan en serio.. .y después de un buen rato Roque, que siempre fue un líder, escogió un sitio perfecto, entre unas matas, a salvo de las risitas ácidas de los dos calcetines rosas. Y, entonces... llegó el momento. Roque tomó la iniciativa, levantó la pierna tal y como habíamos ensayado, y yo en perfecta coreografía le seguí. ¡Oh! Doctor.... En aquel momento... sentí como si fuésemos los dos a saltar por los campos, y a atrapar los calcetines rosas que son la parte femenina de este cuento y hacer honor a la primavera y y... y bueno, a hacer lo que tanto tiempo hace que no hago.. y... bueno, fue como una catarsis... hasta que me di cuenta, claro... y volví a la realidad, dejé de soñar, de inventar, y le llamé a usted, doctor...
-Dígame, ¿meó usted o no meó con el perro?
-Verá, yo..., en cuanto me di cuenta... no.
-Entonces, sí, amigo mío, se está usted muriendo.