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MARUSA MARTÍN GARCÍA

 

¿Que qué es lo que recuerdo de mi padre? No lo sé. Todo y nada. Son imágenes borrosas, como envueltas en una neblina, desvaídas por el tiempo.
Recuerdo, quizá, a un hombre muy alto. Claro que entonces todas las personas mayores eran muy altas, puede que porque yo fuese pequeña.
Recuerdo también un pequeño grano encima de la ventana derecha de la nariz (¿o era la izquierda?). A mi hermano y a mí nos encantaba jugar con las plastilinas a ponernos aquel grano en la nariz, afanándonos, entre risas, por ser el que lo conservara pegado por más tiempo... Y era como si llevar algo inherente a mi padre nos convirtiera en alguien verdaderamente importante, casi tanto como él.
Incluso creo ver todavía esa cocina, cálida, con olor y sabor a hogar; la cocina donde mi padre abrazaba a mi madre, y mirándonos, burlón, nos mandaba aquella cantinela: "...mamá es mía, mamá es mía...", para que nuestras dos cabezas embistieran hasta colocarse entre ellos mientras se unían nuestras voces a su cantinela "...es mía, es mía, es mía..."; y al fin la última voz: "pero si yo soy de los tres...".
Y las mañanas de los domingos, ¿cuál era su encanto? Olvidarse de ir a la escuela. Ir a misa. Y llegar hasta la cama donde él, esperándonos, se hacía el dormido. Nos acercábamos despacio (¡y ya sabíamos que estaba despierto!), y con dos dedos caminábamos por su cara: los ojos, la frente, las mejillas, hasta que la risa contenida en las comisuras de sus labios, salía en un "¡Buhh!" que tras el susto nos hacía prorrumpir en carcajadas. Y otra vez cerraba los ojos; y otra vez sabíamos cuándo el paseo por su rostro iba a terminar en susto y risas; y aún así otra vez nos asustábamos...
Cuando supe lo que sucedió, yo aún no comprendía la magnitud de la muerte. Creo que ni siquiera fui consciente de que no volvería a verle. Lloré, sí; lloré porque, aunque todos lloraban, faltaban las lágrimas; lloré porque nunca había visto tan triste a mi madre; lloré, en fin, porque aún sin comprenderla pude sentir por primera vez la asfixiante sombra de la muerte volando en círculos sobre mi cabeza.

Salamanca, 26 de mayo de 1993