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TOMÁS ACOSTA PÍRIZ

 

METAMORFOSIS LETAL

XXI

No es mi verano la sombra del árbol.
Soy del ciprés la figura enaltecida,
sangre que retorna afín a la vida.
Pero aún estoy aquí mirando la siega
y las hojas amarillas del otoño
cómo se abrazan al barro;
cómo emigran las bandadas de pájaros.
Ellos no saben si volverán.
Aún estoy aquí mirando su partida,
sobre las mismas piedras
que resisten al tiempo y cristalizan
al fuego de la Tierra,
al fuego que todo lo regresa diferente.
Aún estoy aquí igual,
en la esperanza de ver lo que pasa;
siempre el mismo desafío:
el sol que alumbra, sus rayos
que calientan el fruto deseado,
la gente que tropieza otra vez,
la guerra que no cesa,
el llanto de la madre,
el amor desangrado
del nuevo ser que viene
a seguir nuestros pasos.
Aún estoy aquí.
Seguiré caminando.
Miraré al ciprés aún más alargado
cómo estrecha su mano,
cómo prende en mi sangre
que por sus venas sube
hacia el fin deseado.

XXVII

Lejos del ave nuclear
me presiento intranquilo.
Dudo si la tranquilidad viene del miedo.
Del amante del arma, de su abrazo.
Miedo nacido en la noche,
en sus latidos.
Miedo a escalar en la ira,
ser testigo
de ese final de amenaza sin sentido.
¿Qué cuchillos son de paz ?
Hay un lunar de remanso que habito
donde el agua corre limpia.
Lo sé.
Abraza el fango del que vive
ignorando su recado.
Ha labrado su camino
de piedra blanca
a pesar del fango.


XX

Sucederá que nada habrá cambiado.
Un refugio para el frío,
una huerta para el hambre,
a veces en la mano una pistola,
cien balas para matar el aire.
oigo explosionar balas de justicia,
oigo el estruendo de la paz que mata,
escucho el caminar de los motivos
que marciales pisotean la sangre
mientras suenan las palabras del orador
y su acre olor de semilla corrompida.
Sólo la madre ama al hijo en su eterno viaje.
Sucederá que nada habrá cambiado.
Nunca.