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PEDRO PATZER
Buenos Áires, Argentina, 1976

 

ALGUIEN DEBERÍA

Inventar el verbo
del hombre que contempla la lluvia
detrás de la ventana,
de los poetas que mendigan cielos
en horas en que Dios está en ayunas.

Ponerle nombre
a todas esas voces que nos llaman,
a todos esos seres que andan desnudos
en nuestras plegarias antiguas.

Diseñar una palabra
para mencionar los cuerpos que perdimos
en la anatomía amada
la noche que rompimos en versos
el cansancio plural del día.

Construir un silencio
que se escriba en letras de agua,
como la lluvia inventada en cualquier cuaderno
o un desierto olvidado en alguna cama.

Retratar
la aurora congelada de los muertos,
la vida con su ropa vieja,
las cenizas de Dios en atrios
en que las ancianas naufragan,
la pólvora de la sombra de los presos,
y la misma voz que nos indica
que sólo viviendo se es eterno.

Alguien debería decirnos en lo que no amamos
y callarnos en lo que regresamos para morir,
alguien debería conjugarnos
como un verbo que se apaga
en las velas desplegadas del espíritu.

Demasiados testamentos de la eternidad
para esta breve historia de hombres chiquitos
condenados a preciosos cielos que pasan sin detenerse,
condenados a las cuatro estaciones
que eternamente consumen nuestros colores
hasta dejarnos como ciegos
caminando hacia el azul.