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LORENA ESCUDERO
Soria, 1985


José Luis García Baez (Cheche)

Foto: Cheche (José Luis García Báez)

De mi padre recuerdo un trenecito de juguete. Él viajaba mucho y dejaba una ausencia en la casa que yo llenaba con fantasías.
Aquella vez había ido a Asia. Era comerciante, pero yo me lo imaginaba cazando leones y destripando serpientes con las manos. Por aquella época colocaba selvas amazónicas y sabanas africanas en cualquier lugar.
Después de cada viaje me traía un regalo y yo trataba de adivinarlo mientras esperaba impaciente su regreso. Quizá sería un cinturón fabricado con la piel de la maltrecha serpiente, o una lanza hecha por nativos y entregada a mi padre en reconocimiento a su valor.
Pero en lugar de eso trajo consigo un tren de juguete minuciosamente labrado y de gran valor, como se cansó de repetirme. Mientras lo colocaba en mis excitadas manos, yo ya soñaba con cruzar en aquel tren todos los lugares en los que había imaginado a mi padre.
Sin embargo él ya había decidido un destino para aquella pieza de artesanía, así que mi juguete pasó a gobernar una de las vitrinas del salón. Mis únicos contactos con él consistían en pasar horas mirándolo tras el cristal, manos a la espalda, o aquellas ocasiones en que mi padre me apremiaba a enseñar a las visitas aquel juguete que me era desconocido.
Cuando mi padre murió dejó de tener sentido mantener al trenecito encerrado. Con aquel temblor original en las manos lo rescaté de la vitrina. Lo observé durante horas sin poder creer que por fin estuviera a mi alcance.
Después lo tiré. Había olvidado dónde quedaba aquella selva asiática.

 

ELLA INTERPRETA A ROMINA

Ella interpreta a Romina. Lleva tanto tiempo en ese personaje que ya no es capaz de imaginar otro que le siente mejor bajo la piel.
Este acto es uno de los más dramáticos. Se prepara, ignora el inevitable hormigueo en el estómago y sale a escena. Para ella actuar es como una droga: sentir la adrenalina, saberse presa del caos de miradas, ser ella siendo otra.
Estos segundos antes del diálogo son realmente incómodos. Ahora él entra en escena. Ella sabe que es el amor de su vida, pero será Romina quien hable y diga adiós a ese hombre en una trágica culminación.
Hablan. Las frases fluyen siguiendo el guión. Él se va y ella llora. Llora porque se ha quedado sola con Romina. Porque él no va a volver. Porque el salón de su casa es un pésimo escenario y porque nunca hay público que aplauda.

 

CANON

El viejo músico está sentado en su mesa de siempre. Con una mano sujeta una copa alta de tinto barato, con la otra manosea los taquitos de queso que dejé junto a él.
Hace rato que está ahí sentado, pensativo y solo. De vez en cuando esboza una sonrisa melancólica y sé que piensa en su glorioso pasado, en los teatros y en las óperas. Me ha dicho que hoy va a verse con un importante director, una gran oportunidad, y se han citado aquí. Por eso luce su mejor traje, su más pulcro rostro y su pose más erguida. Destaca bastante en un lugar como éste.
Pasan las horas y el director no aparece. Cansado, el músico se levanta y se despide. Intento darle ánimo: «Habrá surgido un contratiempo» o «Ya habrá más oportunidades». Él lo agradece, y me dedica la última sonrisa triste del día antes de marcharse. Es la misma historia de cada día.

Mientras recojo su mesa aparece un hombre muy elegante. Me dice que es director de orquesta y que se ha citado aquí con un gran músico. Yo sonrío. Le digo que aún no ha llegado, pero que puede esperarlo si quiere. Le acompaño a su mesa de siempre y le sirvo, en copa alta, un tinto barato.

 

SHHH...

Sí, podríamos decir que ése es el sonido de la aspirina agonizando en el lecho de agua.
Mario observa el vaso y espera a que termine de sofocarse la efervescencia. Se sienta en el sofá y reclina la cabeza. Concentra sus energías en recluir el dolor en un espacio mínimo, pero el silencio le martillea. Ensaya una nueva estrategia y enciende el televisor. Distraído pasa uno a uno por los canales hasta que se detiene. Algo le ha parecido familiar en el último fotograma. Una periodista muestra el esqueleto calcinado de unas oficinas. Mario se sorprende mucho, porque ha reconocido el edificio donde ha estado trabajando todo el día, donde se encontraba hace apenas una hora. Incluso piensa que quizá todo sea un espejismo producto de la jaqueca, más aún cuando la periodista muestra su fotografía y anuncia solemne: «Los bomberos aseguran que la única persona que se encontraba en el edificio cuando fue declarado el incendio no ha podido sobrevivir debido...».
Entonces empieza a sonar el teléfono. Mario se levanta, pero en lugar de cogerlo apaga todas las luces, el televisor, y se sienta a oscuras a beberse el vaso de agua, con el sonido de fondo de los timbrazos.
«Lo primero será cambiar de nombre».