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ÁNGEL POVEDA
Salamanca, 1970

 

Con la mirada fija y ausente
la niña revelada
me dijo
claro
y tú te vas
si son ya treinta
y cinco los años no pude
alcanzar a ver los ojos
clavados estaban en
robles, hojas, la voz
desnuda se le escapó.

Toda una profusa letanía
de palabras
limpio era mi temblor
asombrado de par en
par si son ya treinta
y cinco y sin embargo
cómo fluía su
pena dulce y suave
mientras caminamos
las veredas aquellas
yo inclinado admirado
ella absorta el miedo
de rozarnos la vista
clavada estaba
en robles, hojas.
Descendiste
siete años, luego más
narrabas acaso los días
de infancia perdidos
entre aquella queja dulce y
vencida. Quizá no debiste
oye, quizá sí debieras
intentarlo tus treinta
y cinco bien
valen un esfuerzo además
tus manos de repente
parecieron empequeñecerse
de niña eran ya
tus manos acaso
temblaron al rozarme
los brazos acaso
luego al día siguiente
un anodino desenfado
palabras eran intrascendentes
ocultaban tus ojos
no obstante
abismos que herían
lo más profundo
de mi mente, dos dardos
la sonrisa era
de lima-limón.


¿Quién fue? ¿Dónde
quedó la imagen?
Busco ahora aquello
que debiera reconocer
con sólo mirar mis
manos o atender los
actos más cotidianos.
Saber el momento
justo de la pérdida. Ahora
desde esta seguridad
previsible ¿qué fue
del muchacho
de los infinitos temblores?
Dos olores o las hojas del quejigo
o la vaga
sensación que no adscribo
a lugar ni personas
circundantes. Inmerso en
el juego hueco de la ironía
ser sólo consciente de las
propias percepciones, en un mundo
que existe porque yo existo
y al mismo tiempo, no reconocerme
en mi presencia
-cuando al fin comienzo
a sentir el cristal tallado-
y no poder contarlo a él.

Puro vapor o ensueño
encaro el sobrevalorado
proyecto de futuro
habiendo renunciado a un
pasado
que según parece existió.
Y sin embargo
pese a esta supuesta
seguridad
tan duramente conquistada
un regusto amargo
persiste de saber
la certeza del vacío
donde no es posible recuperar siquiera
una imagen nítida
que revele el palpable
corazón
que habrá de aparecer
para tambalear un día
cualquiera
la roca en su sentencia.