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SUSANA BARRAGUÉS SAINZ




Ilustración: Carlos Cecilia
Bilbao, 1979

 

UN TREN

Después, desde aquel último miércoles, sólo sueño lagartijas y silencios. Hablo llena de lluvia, y digo temblar y piedras, y otras cosas que no pueden suicidarse, como los labios o la tecla del agua. Ni siquiera un rastro de Lisboa, sólo pasear y repasar la tarde y estaciones adentro, como un montón de niños que se encharcan, como dos meses de tierra y mariposas secas, escapar, escapar, el tren.


PORQUE TE ROMPES

Y me dejas dos días de escarcha, me dejas como a las orillas de los niños alambradas y cristales, y cartón con la memoria y con los labios. Porque te rompes y me deseas jueves, pájaros rotos y seis años de tejas y de anís. Porque te conté mentiras vienes a romperte, a estallar contra la tarde como un adiós de tierra y buques y macetas, como un borrón de sueños, como la luna cuando rompa, cuando se acerque entre las calles para rajar la noche.

CARTA

Fueron dos mil días de lluvia y de pájaros que rompen.
Para acabar octubre no necesitabas enviar a todas las avestruces del otoño.


TE ACUERDAS

De la tarde, del adiós, del silencio exacto que nos invadió de grillos, aquella vez del agua y calles de avellanas viejas. Te acuerdas de la lluvia, del mercado negro de palomas al aire, de los parques para apagar invierno. Ahora nada tiembla, nada me saca del silencio, de esta estafa del otoño. Sólo adiós, sólo silencio, solo la luna, al final la luna, esa legumbre de las noches que va desde los labios como quien acierta la muerte.

EL PUEBLO DE LLUVIA

Aquí nadie espera pájaros de octubre. Los abuelos sueñan musgo y lirios, se roban caracoles o hablan de la muerte como si de un ciervo de invierno, como si de entierros y avellanas y memoria. El aire está frío y lleno de silencio, y la luna se abre por las noches como un álbum de cerezos, poniéndolo todo de tierra. Nadie recuerda más atrás de dos días de lluvia, así que tengo que anotar a todas horas el tren y la tarde y los andenes. Apunto a todas horas la ciudad y los nombres y tormentas, y sin embargo, no pienso volver. Allí no queda otoño ni labios para lluvia. No pienso volver, nadie me espera; sólo pájaros lejos, el corazón una legumbre, el silencio.

TREN

Es la hora soporífera y asfixiante de las tres y veinte y julio sin perdón que aprieta y apachurra moscas contra el cristal, contra las ventanas de este tren de asientos con jirones. A mi lado una viejecita de arrugas en arrugas inmovilizada entre doscientas bolsas y paquetes se cepilla en seco un bocadillo de filete con pimientos. El calor se mezcla con el olor de los pimientos y fabrica un ambiente denso, casi masticable, en el vagón.

Me duelen los tobillos, intento cambiar la postura pero no soy capaz de organizarme los huesos para colocarlos en el asiento, necesito estirarme, necesito estirarme los tobillos; estiro al final una pierna y la coloco en otro asiento. Me fijo entonces en el individuo que tengo en frente con una edad joven indefinida, una camisa arrugada, manos grandes, grandes melenas con el pelo cayéndole sobre los ojos. Le estoy observando, recuerdo que el último picabilletes que llegó sudando hasta por la corbata le dijo que tendrá usted que hacer transbordo en Cuenca. En Cuenca cuenca palanganas cuencos habrá por un tubo estoy pensando y este calor no sé por qué le observo le estoy observando
me mira de repente levanta la cabeza me mira con las pupilas fijamente entre dos mechones de pelo q u é calor
que nada no se mueve el aire.

Cierro los ojos y dejo caer la cabeza hacia atrás, cierro los ojos, me desato otro botón de la camisa y ni siquiera puedo pensar bien pienso zzzz cosas como el calor
siento
entonces una mirada como una sombra pegajosa y extensible sobre
mí la frente los tobillos las piernas la mirada resbalándome como la lengua de 1as mariposas hacia arriba la rodilla
trago saliva tengo la boca seca como el ruido seco del tren cuando se mueve me escurro en el asiento y hacia atrás el cuello
doblo el cuello y la pared el vagón me está quemando la pantorrilla él separo las ro(...)dillas aún más a cuenca acabo de rozar le la mano acabo de rozarme el calor la falda que ardo en las mejillas un aliento denso
respiro líquida térmica desde el cuello hasta las piernas entre
las piernas me estoy quemando 1 í q u i d a las pantorrillas como la gelatina como el sudor que se resbala como un tren como la nuca como el aliento o el calor se se enciende entre las piernas entonces

El golpe seco de la puerta del vagón me hace dar un salto, me recompongo en el asiento, me recojo el pelo deslizándome la mano por la nuca. El chico de edad indefinida manos grandes grandes melenas entra y se sienta enfrente. Con el pelo entre los ojos me ofrece patatas matutano al jamón no gracias.