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CONCHA REY RUIZ
Las Palmas de Gran Canaria, 1973

 

ESTADO DE VIGILIA

Julio Cortázar: La noche boca arriba

Boca arriba, boca abajo, boca arriba, boca abajo. Así nos pasábamos los días y las noches, pero sobre todo las noches... Bajando a los quintos infiernos y subiendo como burbujitas, como las tonificantes burbujitas de sparkling water que antes de beber y mejor que beber escucho. Me acerco el vaso al oído y las oigo, y luego me hacen cosquillas en la lengua, en las encías, en el cielo de boca. Como quien descorcha una botella de champán para apagar la sed, naturalmente, como abrir el grifo por la mañana para sentir cómo se calma todo. Alguien se ha dejado la puerta abierta, llueve a goterones, enormes gotas que estallan como plomitos en los charcos, como honguitos silvestres, ¡¡¡pluff!!!, y las ranitas croan, una, dos, tres veces y el asfalto se moja, y parece fresco, inofensivo... El césped se proclama más verde y luminoso que nunca, y el estrés de junio por un momento se olvida, y las tres horas de examen, y las noches en vela y la pantalla del ordenador abriendo y cerrando ventanitas con sus respectivos nombres en inglés.

NOCTURNO

Porque te amo el mundo está indefenso,
porque te amo.
La noche es de madera
y nuestros gritos de barro y de raíces...
Hay estrellas en torno a un candil
y unos susurros de mimbre.
Luces precarias, tímidas, infantiles,
alumbran las noches de verano.
la luna, las luciérnagas...

Hay un incendio como de sueños entre la hierba.

Las mariposas polvorientas nada tienen que decirnos
y los ruidos de lo oscuro hoy se han callado.
Porque te amo el mundo se convierte en lo más inofensivo,
porque te amo.

Hoy nos bastan los entresijos de la noche
donde se hospedan el musgo y el aire
y las cascadas de lluvia y de rocío
impregnan sus paredes de roca,
así nos adentramos, a veces, en un mundo de horas altas
y solemos encontrarnos
con instantes inmensos y verdes.

NOCTURNO NÚMERO DOS

Las noches de Guatepalcá
tienen atmósferas con olor a canela en rama
y textura de aguacate.
Son noches calurosas y espesas,
de camisas sudadas, muslos mulatos, faldas llenas de humedad,
y cafetales.
La gente grita,
y a mí no se me escapa el significado de ese lenguaje,
cuyos átomos no son los monemas,
sino los silencios,
y los jadeos
y los tantanes de tambores
como una forma propia de entender la alegría.
Sus orígenes se conocen de forma casi innata,
se revelan espontáneamente al respirar,
y los ancestros
están presentes como parte imprescindible de la vegetación,
de los ritos
y de la vida.
El único requisito para sentir que formo parte
de las noches de Guatepalcá,
es querer comprender.
Y es que la verdad a veces
también tiene olor a canela en rama
y textura de aguacate.

NOCTURNO NÚMERO TRES

Puedo encender una hoguera entre la hierba y las chabolas nocturnas.
Una hoguera más o menos inmensa,
una hoguera para mí sola, y para ti.
Una hoguera que crepite y que estalle la madera,
y las ramas, y los arboles enteros,
una hoguera que quemé hasta las últimas cenizas,
hasta que éstas se conviertan en tierra o en noche.
Una hoguera gigantesca y entrañable,
que ilumine todos los alrededores solitarios,
una hoguera que sepa trasnochar...
y quedarse dormida a nuestro lado.

NOCTURNO NÚMERO CUATRO:
DE FUEGUITOS Y DIVINIDADES AFINES

La Avenida Rosales es la calle más naranja de todo Quito.
Las farolas iluminan de tal forma las aceras, el asfalto, a la gente,
que la calle se parece a una gran colilla encendida,
una enorme brasita de cigarro
hecha de fueguitos mínimos, poderosos, naranjísimos...
y los transeúntes son como cigarritos que andan,
como cigarritos con pies que se consumen felices
y los coches tienen la tranquilidad de las tortugas,
y casi se besan y no hay accidentes
y todos se aman y discuten.

La Avenida Rosales es la calle más naranja del mundo.
Cualquier objeto al tocar el suelo
puede convertirse en un extraño artículo de diseño,
como lo es un casco de cerveza o un caramelo de café
o una zanahoria
o el verano.

La Avenida Rosales es la calle más naranja de todo Quito,
y en Quito no hay naranjos, que yo sepa.