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MARIO ESPAÑA CORRADO




Ilustración: Alejandro Santos
Montevideo, 1937

 

INTEGRACIÓN AL PASADO

Mi calle, que curtido paisaje de la luna reproduce
a su modesta escala -cráteres, cordilleras, riscos, valles-,
vieja calle de pueblo -ruinas de piedra y tierra
que un día fueron calle-,
tras enconadas lluvias invernales
sus lóbregos remedos de lagos y torrentes
eriza bajo el roce de atmósfera excitada.

Otrora, sin embargo, fue calle verdadera.
Aunque no recio, suelo, que décadas habían asentado
con tributo de pasos, cascos, ruedas. Rumores...
multitud de rumores, voces, risas y gritos:
huellas de vida, señas de las antiguas gentes.

Es extraño pensarlo. Ahora somos pocos;
casas hay que despojos sustentan solamente,
carcomidos maderos y muros derruidos.
Es curioso pensarlo pero estuvieron vivas;
resguardado recinto donde moraron seres;
calor de lumbre, olores, humeantes ollas, ruidos.
Infinitud de rostros sedimentan en las vetustas piedras.
Centurias rubricaron sus rudos ajetreos,
espaldas encorvadas sobre el surco,
siembras, siegas y trillas.

Rumores, pasos, cantos...
Todo ahora es silencio. Pero a veces les oigo.
Cuando declina el día, con las primeras sombras
que avanzan en mareas de tizones violáceos,
se acercan en la brisa los ecos palpitantes
de las pasadas gentes: pisadas, voces, gritos,
el rodar despacioso de los carros.

Ríos, lagos helados encontraré mañana;
harán crujir mis botas los frágiles cristales.
Sonido de mi paso sobre incontables pasos;
también el mío, traza de vida entre infinitas otras trazas.
Sí. Yo, el recién llegado, forastero venido de tan lejos,
inscribo mi presente en su vasto pasado.
Es mi pueblo, mi calle; aquí vivo y trabajo;
no serán forasteros mis huesos en su tierra.
También de mis pisadas, idas como las suyas,
de mi voz, mi alegría, mis pesares,
han de sonar los ecos: unidos, igualados,
avanzando en oleadas cuando decline el día.

Negrilla de Palencia, 1994

LEYENDO A BORGES

Cuando el rojo tejido de la tarde
-apenas hilos ya-
con lamentos del viento se quebranta, engendrando
en tirantes urdimbres de tristeza
los silenciosos lienzos de la noche, yo suelo
dialogar con mis muertos.
Me dicen en ritmadas estrofas, temblorosas
teclas blancas y negras
o una voz que suspira D'amor sull'ali rosee,
me dicen que la vida
fue cual el grana del poniente, vuelo
alfombra oscura donde lunas brillan
con antigua fatiga.

Y ahora, en esta noche de noviembre
afianzada con redes de llovizna, con ronco
decir del aire solo, negro, frío,
me llega la voz ciega.
Guiño cómplice, aviso... quizás una respuesta.
Alta, potente, lenta
-así debió soñar en Delfos la soberbia,
la misteriosa lengua del voluble
dios que el destino abría-:
"No habrá nunca una puerta".

Ya no sabré por qué, de qué manera
se fundaron los muros que me cercan.
Gemir ronco del aire por túneles vacíos;
gota de agua rodando interminablemente
borroneando el paisaje árido de la piedra
que presidios sugiere y arenales y tiempo.
Tiempo... ese remolino que nos hace y deshace
en una incertidumbre de múltiples edades y de nombres.
Vínculo de las voces pasadas y futuras,
resuena entre murallas ya desgastadas, como
traqueteo de ruedas sobre adoquines húmedos.
Siempre las voces, siempre
el hombre solo que se escinde en todos
-imágenes en una galería de espejos-,
que cae, se levanta, se disuelve, germina,
diverso cada vez y siempre uno.
Pero nunca una puerta.

"Sé que en la sombra hay otro". "Nos buscamos...".
No sabré para qué ni desde cuándo
el pie cansado holla con monótono afán la estrecha senda.
Huellas de mis pisadas y crujidos de arena indiferente:
forma y sonido de una vida aislada.
¿Mía? ¿Del Otro? Ah, no es uno solo:
también él se desdobla, buscador y buscado.

Sólo el múltiple Otro que persigue mi sombra entre las sombras;
solo yo en el espanto de los muros;
solos la noche, el aire, la llovizna.
Ayer, mañana, hoy... trama de roca;
cansado pie y arenas y tiniebla.

No es tarde, sin embargo. Nunca es tarde
para la voz que tímida se nombra,
para el ojo que busca en el espejo el ojo que lo mira.
No hay puertas, sólo senda;
el Otro y yo -los Otros-, la noche... soledades,
desiertos de llovizna donde ventiscas gimen.
Y sin embargo alcanza, como le basta un hoyo a la semilla.

Pie fatigado: sigue; tu dominio es lo oscuro.
Sin buscar o buscando, has de llegar al término que ansías,
encuentro ineludible de sombras en la sombra.
El Otro y tú, de pronto cara a cara...
dulce y atroz momento, cuando veas
al hombre que aguardaba desde el comienzo de las vidas todas,
-temblor de tu espejo más recóndito-
para mostrarte el único y terrible
semblante verdadero.

Negrilla de Palencia, 1997