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TOMÁS ACOSTA PÍRIZ
Navasfrías, Salamanca, 1945

 

NUEVAS

Del cero al infinito
mi paréntesis es lucha,
mi edén espejismo que no alcanzo
en el hoy cotidiano y bullanguero.
De nada vale el esplendor de ayer
ni la belleza y su sentido de centella.
Sólo hay espinas en la herida
donde manan sangre en los versos
y renacen del tronco los poemas
como ramas de un árbol que se mira
en el agua nacer y morir,
morir y morir.
Y se arrastra el mirar de cada hora
por la corriente evocadora- invocadora
de su espejo- narciso como un reto,
al duro camino de pendiente y piedra.
Ciegos los ojos a la impronta
se agranda el oído en el silencio que,
inocente,
abre la puerta de un desierto donde
escribo en su arena mis poemas.
El aire canta una vez los versos
que se pierden,
no sé si al ayer o al mañana.
Todo es fuego abrasador de un sol
que funde el sueño y lo comprime
en el corazón sediento y solo.
Quiero aferrar con mis manos
lo que aún queda y al viento
decir: ¡Aquí estoy!
No tengo miedo a ser rumor,
ni viajar como polvo no sé adonde.
Todo lo que conozco empezó en mí,
y el aire me ha besado sin saberlo,
y la tierra me acoge entre sus muertos
que son prolongación.
Todo termina en mí.
Quiero ser más,
elevación en la luz,
el aire camina en la oscuridad,
quiero ser más,
el fuego no funde la luz,
quiero ser más, mucho más,
más que la luz del rayo que se extingue,
quiero ser la fusión con el latido eterno,
quiero perderme en la constelación de lo no
hallado.
¿Sueños..., delirios...?
Duelo con la sombra.
¡Dadle de beber a mi corazón atormentado!